martes, 15 de febrero de 2011

abrazo

La noche era oscura, fría y húmeda como un ocèano, pero al menos tenía  un gran madero que la mantenía a flote; eso pensó cuando se escurrió en su cama,  entralazó sus piernas con las de él, y se abrazó a su pecho......... 
pensó muchas cosas sobre ellos dos, incluso algunas que ensanchaban su vagina,  pero no dijo ni una palabra en toda la hora, bien sabía ella que sus emociones no eran de fiar, y utiizar palabras que dieran una transcendencia al momento ,  era ............inútil. También renunció al sexo, por temor a que fuera menos satisfactorio que el abrazo.
Costó..................costó..............pero finalmente echó, otra vez , a nadar sola..........

7 comentarios:

  1. Pues esta bien eso de tener al menos un madero en medio del oceano. Para cuando te cases de nadar.

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  2. a veces los abrazos (si son sinceros) son una gran tabla de salvación para nuestra alma...

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  3. Eso, con fuerza de voluntad, a lo mejor si tenía sexo, se hundía...

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  4. Cómo me alegro de ser una "experta abrazadora". (Ya lo sabes, los has disfrutado jeje.)

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  5. Prefiero un buen abrazo a un rato de sexo.

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  6. Al final del Trastevere hay un viejo café esquinado y algo taciturno. Sobre la acera empedrada unas mesas inestables aguardan al visitante con la frescura del mármol manchado. Si te cansas de caminar, esperaré un rato sentado, a que pongas tus descalzos pies en mi regazo, indolente y felina en tu soledad. Leeré a Píndaro, o algo sobre amantes imposibles, o algún poema de Kavafis, o puede que relea el capítulo 7 de Rayuela. Mientras el café se enfría sobre la mesa y la nonna Paola trae lentamente otra ronda de mascarpones con canela.

    Hace años esperé una eternidad en la penumbra de su toldo descolorido. Ella acabó llegando sudorosa y acalorada. Pasamos horas hablando y mirándonos, espectadores de aquella otra Roma, la de Visconti, o quizás la de Moretti. la Roma arrabalera y bulliciosa, decimonónica, o quizás la Roma milenaria del Palatino...

    Subimos despacio la escalera de la pensión, mi mano en su espalda. Bajamos las persianas y servimos un último chianti. La recuerdo blanca, con un cabello claro y rizado hasta la espalda, de anchas caderas y sexo oscuro y marino, donde hundí la lengua hasta la garganta, sabiendo a algas y sal. Su vello púbico en mi boca, sus dedos en mi nuca. Recuerdo su sexo enrojecido y húmedo, el sabor de aquella vagina, de su ano perfecto, de sus pezones grandes y tiesos. Y sobre todo recuerdo el extraño e infrecuente placer de mirarla a los ojos, aquellos ojos de gata, de hembra, de mujer palpitante. Lamí sus axilas, su vientre, sus nalgas, sus muñecas... Fui devorado, arañado, destruído y recompuesto de nuevo. Pero al final, dos cosas permanecieron, el sabor de su sexo en mi boca y el largo abrazo en que esperamos la puesta de sol tras las persianas. Sudados y oliendo a sexo, nos vestimos y bajamos de nuevo. La nonna nos sonrió al vernos ocupar la misma mesa, sin que nada dijésemos, dos amarettos aparecieron sobre el marmol veteado y sucio de Roma.

    Gracias por hacerme recordar...

    Joe Bradley

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